El mundo se ha conmocionado después del ataque de fundamentalistas islámicos a las oficinas de la revista satírica francesa Charlie Hebdo.
El mundo perdió a cuatro grandes humoristas, de una sola patada. Las
reacciones, desde la extrema izquierda hasta la ultra derecha, parecen
promover un respaldo inequívoco de la “libertad de expresión”. Hasta
aquí todo bien, a pesar de la obvia manipulación mediática por medio de
hipócritas como Murdoch y compañía, quienes sin duda detestaban (si es
que leían) a Charlie Hebdo. La derecha europea se reorganiza,
nuevas y recrudecidas leyes antinmigrantes se preparan en el tintero, y
el mundo occidental anota otra victoria moral contra el Islam…
Los humoristas y caricaturistas del mundo, dolidos, reaccionan de
forma diversa pero no por ello menos comprometida. Nada parece tener
sentido en un mundo donde el humor puede ocasionar la muerte. La
solidaridad ante todo.
Y sin embargo… ¿no será que algo se nos está escapando, desde la
perspectiva miope (y EStalloneiana) que tenemos del Islam? Con
relativamente poca población musulmana en Latinoamérica, pocos tenemos
referentes que ayuden a entender una de las religiones más importantes
del mundo, abanderada por cada cuarta persona en el planeta.
¿Sabías que el Islam atraviesa un momento clave en su historia, cosa que
los noticieros casi o nunca mencionan? Una reforma religiosa de primer
orden, mediante la cual se está promoviendo la interpretación personal
del Corán, así como la relación directa con Dios, sin sacerdotes o
instituciones religiosas mediante. Algo que solo es comparable con la
reforma Protestante en Europa, que dejo apenas algunos millones de
muertos, desató guerras de 100 años, y sembró caos en toda Europa. En
aquellas fechas, la fe se defendía con la espada, y las ideas se
promovían a punta de plumilla.
Adelantándonos 500 años, y ¿qué ha cambiado? La intolerancia
religiosa abunda, y se confunde con el racismo, heredado y aprovechado
por el sistema colonial cuyos centros de poder aún nos rigen. La
caricatura y el humor predican siempre atacar desde abajo, a los
poderosos. El trabajo del caricaturista crítico es publicado, siempre y
cuando sus blancos sean figuras electorales, reciclables como el sistema
que los produce. El aparato político para controlar a las masas es un
elemento del mismo sistema económico que no permite se le critique en
los medios. Nuestra falta de mundo se exhibe en la sección internacional
de cualquier publicación: se habla desde y para Occidente. Ese
club al cual nuestras elites locales son subscriptores de tiempo
compartido. Los temas internacionales, con la excepción de algunas
plumas ilustres, frecuentemente se tratan superficialmente, y de forma
burda, también en el humor. El humor anti-religioso (o quizás mejor
dicho anti-católico), loable en sus mejores momentos por exhibir a las
estructuras de poder que nos rodean, sembrando la duda y haciendo de
fanáticos personas críticas y pensantes, resulta penosamente
insuficiente como antecedente para entender y/o criticar al Islam. El
humor laico muchas veces comparte asiento con las mismas estructuras de
poder que producen la imagen mediática del árabe y musulmán como
terrorista y fanático.
No es que “ellos” estén atorados en el pasado, y “nosotros” los
observemos desde el cómodo asiento de la modernidad. ¿Será que un dibujo
obsceno de la Virgen no causaría polémica hoy en día? Yendo aún más
lejos, la revista más polémica de Francia, famosa e infame, orgullosa de
su tradición republicana, no se ha podido deslindar de una mirada
externa al problema del fanatismo musulmán, de una mirada con
pretensiones hegemónicas, burlándose del Islam, y por ende la cultura de
muchos de los nuevos arribados a Francia con la misma sorna que los ya
indiferentes blancos tradicionales de Charlie.
Tenemos que reconocerlo, el cuadrilátero se ha ampliado con el
internet, y algo dicho o dibujado en una parte del mundo inmediatamente
puede cobrar un significado agregado e repercutir globalmente, impulsado
por los aires tempestuosos e impredecibles del humor del Twitter y las
redes sociales. Ese chiste, tradicional, siempre tan bien recibido en la
provincia donde fue publicado, causa estragos al ser recibido por un
lector que no cabe el perfil del medio original. Digo “provincia” a
sabiendas de que provoca ruido, para señalar precisamente, la reacción
provinciana e unilateral que subyace casi toda la conversación sobre la
tragedia. “Occidente, vulnerado en sus tradiciones de libre expresión,
se arma de valor y de”—CORTE. Dejemos de ser tan ingenuos. El hecho de
que los atacantes de Charlie fuesen argelinos es casi igual de
significativo que su religión. Son productos de y víctimas de una
política colonial inacabada, una herida abierta que se torna fácil
blanco para reclutamiento por el fundamentalismo islámico.
Los chistes de Charlie representaban a un reto para crecer y
reír. Un reto inacabado, que continuará haciendo eco… Risible para
algunos, y a la vez explotadas por las franjas extremas del pensamiento
religioso y la derecha política europea. Un chiste tirado al aire de la
opinión pública y mal aterrizado en oídos fundamentalistas, con pésimos
resultados…
La solución, si es que la hay, no es dejar de hacer humor. Si algo
indican la inmensa cantidad de nuevos dibujos del profeta, es que no hay
vuelta atrás en el asunto, pero siempre será un tema complejo, que
deberá ser encarado con la responsabilidad y seriedad que subyace la
construcción de un gran chiste. Cuidemos de caer en la penosa
complicidad con las derechas que festejan a Charlie como una
prueba más de la “libertad” en nuestras sociedades consumistas y
parapoliciacas, cada vez más invasivas y controladoras. Seamos críticos
en nuestra crítica, buscando información y mesura cuando de una cultura
ajena se trata. Y sigamos participando, cada quien desde su tintero, en
esta discusión que apenas comienza…
-EL HISTORIETÓLOGO
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